20100101

PRONOMBRE TEMPORAL

IV.
Hete allí. Por fin. Tu cuerpo desnudo se presenta ante mí con toda su perfección en cada línea, en cada poro. Cada centímetro cuadrado de tu piel es bello, aunque digas lo contrario. Cada célula de ti despide un encanto puro, indeleble. Tu olor sublima mis sentidos, y me envuelve en una especie de ensoñación furtiva. Veo todo tu ser tendido, hermoso, a la expectativa de mi proceder. Eso es lo mejor de todo: estás allí únicamente para mí. En medio del torbellino de sensaciones, un pensamiento se atraviesa inoportunamente haciéndome dudar. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Eres la persona indicada? ¿Debes ser tú quien me regale su vida para compartirla? ¿Juntos por el resto de nuestros días? El riesgo de equivocarse es inevitable en gran parte de nuestras decisiones, pero elijo hacer caso a mis instintos. La duda se aleja tan rápido como llegó. Me acerco con lentitud a ti. Me miras con cierto temor. Quizá tú también estés dudando, pero en el fondo sabes que has soñado con este momento toda tu vida. Te toco. Tiemblas. Todo tu cuerpo es una flor palpitante que se estremece con el mínimo contacto. Trato de tranquilizarte con una caricia. Tu mirada es inocente, como si de veras no supieras lo que estás haciendo; eso me gusta de ti, tu capacidad de mostrar candidez en todo momento. Estoy listo. También tú lo estás. Entro en ti. Atravieso tu carne con toda la dulzura que soy capaz. Me regalas un grito y tu respiración empieza a agitarse. Mírame. Mírame. Desde tus ojos percibo el mar de sensaciones que no te esperabas. Tus fluidos emanan y se arroban en mi piel. Siento tu cuerpo temblar con más brío cada vez, y luego empiezas a ceder y dejarte llevar, tu mirada se pierde en la inmensidad, tu aliento se disipa lentamente. Ahora sí puedo decirlo. Te amo.

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