20110304

Nuevos aires

Llegas. Te bajas del avión. Un nuevo panorama se presenta ante tus ojos de golpe, y no es el viento que huele distinto. Tomas tu equipaje. Atraviesas el umbral de la salida del aeropuerto y oficialmente empieza la aventura. Extraños fascinantes que miran a través de ti. Voces que por más que las entiendas, no dejan de parecerte ajenas, dignas de charla. No puedes evitar mirar por la ventana durante el primer trayecto a la que será tu morada. Paisajes de cotidianeidad que de primera impresión lucen extraordinarios (aunque en unos días te serán tan indiferentes como la gente que camina). Intentas pasar desapercibido pero el mundo voltea a verte, intuyendo lo foráneo de tus pasos. Sospechas que los aborígenes de esa selva de asfalto se ríen de ti cuando preguntas por una calle que de seguro ya estás pisando, pero no te importa, te ríes con ellos. Tu sonrisa se expande cuando alguien reconoce tu origen -¿Cómo sabe? El acento. Ah claro...- y te sientes ridículo de ser involuntariamente obvio.

Por otro lado, miras a tu alrededor y reconoces el lado oscuro del paraíso. Figuras sospechosas que no dejan de escudriñarte con las manos escondidas en los bolsillos y la intención de saltar sobre ti en cualquier momento. Avenidas monumentales cuyas reglas desconoces. Hombres en deplorable estado de salud, estirando su mano y mirándote con ojos acusatorios. Niños flacos engullidos por la metrópoli que sobreviven con desperdicios del sistema. Mujeres que por unos cuantos billetes te invitan a entrar a su acogedora caverna, despidiendo un suave olor a trampa mortal. Te sabes indefenso en un territorio desconocido. Reconoces que tu condición de alienígena te vuelve presa fácil de los terrícolas. Te das cuenta que los fantasmas de tu pasado se esconden tras cada muro, en cada callejón, dentro de cada bote de basura destruido. Miras en las cloacas el espejo de tu vida y te aterrorizas. Reprimes tus recuerdos, y miras de frente. Pero aunque te mentalizas para un nuevo comienzo, te descubres solo, caminando sobre la ratonera para alcanzar el queso, y eso, en vez de hacerte mirar hacia atrás, vuelve aún más excitante tu travesía.

Miedo y deseo. Sordidez y esplendor. El vértigo recorre tus venas, y lo dejas fluir, tal vez con la consciencia imperceptible de que no durará mucho esa sensación. La novedad pasará inevitablemente, pero por lo pronto disfrutas tu estado alterado de saberte en completo desconocimiento de tu espacio y de tu porvenir. Un pasado por pausar, y un futuro para devorar. El universo de posibilidades frente a ti. Por fin llegas a tu nuevo palacio, que luce tan alto e imponente como tus expectativas. Te instalas, o más bien arrojas tu equipaje sobre la cama. Después de ascender hasta la torre más alta, miras las luces, los espectaculares, los coches, la gente, los perros, los edificios, las casas. En fin. Respiras hondo un aire nuevo para tus pulmones y recorres con la vista la tierra que pronto has de conquistar.