20091218

PRONOMBRE TEMPORAL

I.
Llegas. Finalmente tomaste la decisión. Tocas el timbre tres veces, y se que eres tú, porque reconozco tu timidez incluso en el trastabillar del sonido que corta la calma en mi habitación. ¿Querías darme una sorpresa? Eso parece típico de ti. Aun no te conozco lo suficiente para determinarlo, pero se que te gusta generar interés, y nada es más interesante que evitar la cotidianidad con eventos inesperados, aunque deberías considerar que te conviertes en un ser predecible al ser siempre impredecible. Eso eres. Predeciblemente impredecible. Sin embargo eso no es lo importante ahora, pues has llegado y esperas tras la puerta. Mi cama. Puerta del cuarto. Escaleras. Pasillo. Puerta de la casa. Puedo verte a través de la mirilla. Tus nervios atraviesan cualquier materia sólida, incluso la madera que nos separa en este momento. Te veo mirar hacia ambos lados de la calle, impaciente; hay una maleta junto a ti. Compruebo mis especulaciones. Tu decisión es definitiva. Trato de escuchar tu respiración a través de la puerta. Imposible. Solo se oye ruido desafinado de vehículos cruzando la avenida. El timbre se hace presente de súbito en mi tímpano izquierdo. Es la impaciencia propia de tu carácter. Giro la perilla. El viento se encarga de retirar el obstáculo físico entre nosotros. Me miras. Te miro. Tu expresión parece aterrada unos segundos. Quizá fue la inoportuna fuerza de la puerta ¿Quién ha dado una sorpresa entonces? Enseguida tus ojos se pierden en mi, dubitativos, curiosos. Tratas de adivinar mis pensamientos, sin lograr gran cosa. Dudas. Das un paso. Te detienes. Bajas la mirada. Noto una ligera sonrisa dibujada. Sin darme cuenta en qué momento decidiste hacerlo, te arrojas a mis brazos dejando atrás por un instante tus vacilaciones características. Esta vez, sí me sorprendiste.

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